
¿Cómo crece la confianza? Ella tiene una delicada pureza de alma y una exigida actitud que, la confianza, es sencillamente estar fiándose de Dios. Y nos fiamos en tanto que el amor lo configura todo en el ser, en mí, en el interior de cada corazón humano. El paso de Dios por nuestra vida nos clarifica, y se realiza en nuestro ser la frescura de estas realidades hondas, incisivas y santas: transparencia del amor, confianza, la esperanza y la fe.
La confianza no es una adquisición mía, no un logro, es sencillamente gracia y regalo de Dios. Dios ansioso regalador de bienes. La confianza crea una disposición interior que acoge con bondad toda la realidad que la vida nos depara, realidad serenamente aceptada. Amor y confianza se amalgaman para crear una armonía interior, que se sobrepone a lo puramente psíquico y temperamental, para obrar al estilo de Jesús; se impone hasta hacer sobresalir aquella verdad nuestra de hijos e hijas de Dios.
La confianza, envuelta en el amor, es un asomo del ser nuevo que somos en verdad por la redención de Cristo Jesús. La confianza pone tranquilidad y modera las ansias ante toda circunstancia, por adversa que sea. Confianza-amor, da un talante de serena y segura disposición que retira de nosotros el ímpetu de “yo hago”, para dejar paso al hacer de Dios: Él me hace, Dios nos hace. Dejarnos hacer.
Amor-confianza, es un caudal sereno que recorre el cauce con efluvio de vida de cielo en este suelo. La persona que vive del amor-confianza, crea un entorno de suavidad, alegría serena y felicidad relajada, proporcionando bienestar en el ser y en el entorno. Todo se vuelve sereno y tranquilo donde el amor y la confianza abren un espacio de acogida. Una fiesta continua es ser y vivir de confianza envuelta en amor. Confiar. Ante Dios, esperar confiadamente.
A lo largo de la vida, lo esencial ha sido aprender a amar y confiar, esto me ha sido vital para perder los miedos de mí misma, descubrirme y verme al desnudo, aceptarme en lo bueno y en lo malo y reposarlo todo en Dios. Confianza es sabernos en manos del buen Padre Dios. Al final, no es el temor ante un juicio, es la confianza que expulsa el temor y nos abre al seguro Amor que nos acoge para siempre. “Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas”. (Pro 3,6-5)