Los seres humanos nos cansamos de todo y masticamos insatisfacción. El que está solo, quiere compañía; el que tiene compañía, quiere estar solo. A veces incluso, nos cansamos de Dios-Jesús y lo dejamos en la cuneta o lo sacamos de nuestro pensamiento. Jugamos con Dios, en ocasiones lo hacemos nuestro centro, otras veces lo ignoramos por completo. Menos mal que Dios, por tener buen humor, se deja manipular y manosear a nuestro antojo, y no se inmuta. Dios se queda donde le colocamos y no se inquieta. Sonríe ante nuestra mezquindad e ignorancia. Dios permanece siempre como Dios. La inquietud es nuestra, la llevamos y sufrimos nosotros, no Dios. Sufrimos más de lo que Dios quiere, tal vez por ignorarle a Él, que es el dador de la paz y el gozo y nos quiere felices con Él y todos juntos.
Sucede que, un día, sin saber cómo ni por qué, algo nos despierta y nos levanta, más que de nuestro sueño, de nuestras muertes. Y volvemos a caer en la cuenta de que nos habíamos alejado de Dios, y queremos volver a encontrarnos con Él. Y Dios no se había ido, lo hallamos donde lo habíamos dejado, porque Dios siempre se hace encontradizo con su criatura amada. Y Dios, tan feliz y de buen humor, nos vuelve a tomar en sus brazos y abrazos y nos sigue amando, que Dios solo sabe de amor y andar en amores.
Dios no es un invento de nuestra mente. Ninguna inteligencia humana sabría inventar al Dios Uno y Único. Todo lo más que sabemos hacer los humanos es crear ídolos y endiosarlos. Pero Dios es el in-creable. Él es el que Es. La felicidad la da Él, no nuestros pensamientos y razonamientos. La felicidad y la plenitud es cuestión de enamoramiento del corazón, no del pensar y razonar de la mente. Siempre será una disposición interior amorosa.
Tener necesidad de Dios no es una necedad, es una gracia, y una gracia que nos humaniza a gusto de Dios. Y me quedo con Dios, con el único deseo de decir otra vez: Sí, creo y te amo, quiero seguir caminando a tu lado. Y Dios sigue sonriendo y dice que me ama. Y ahora me lo creo un poco más que cuando empecé mi andadura con Él. Y sé que puedo cometer la estupidez de volverlo a dejar. Que no soy mejor que Pedro, ni mejor o peor que todos sus discípulos que le abandonaron.
Como ellos y ellas, necesito que Jesús se me muestre resucitado para ser testigo de su presencia en medio de nosotros y dentro de nosotros. Así, pequeña, menesterosa, alocada, apasionada, auténtica también, necesito que Dios-Jesús permanezca, aunque yo me vaya, huidiza como una cabra. Él siempre volverá a hacerse encontradizo, esta es mi esperanza y absoluta confianza. No cansarnos de Dios-Jesús. Alejarnos de Él es perder la posibilidad de encontrar el tesoro escondido. Que Dios-Jesús es regalador de todo lo que necesitamos. Sigamos sus pasos.