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23 02 24 Puzol, Anna, Tocar y gustar cielo en este suelo

Hoy cumplo setenta años.
A esta edad, deseo la paz serena,
la esperanza y la confianza plena.
La realidad  de mis momentos
está envuelta de recuerdos
y de personas que ya se fueron.
Es el tiempo del gozo interior.
Tocar y gustar cielo en este suelo.

Me queda la alegría del amplio cielo,
La placidez de las caricias del viento,
el encanto de contemplar el mar.
Me recrea el cantar de los gorriones,
el vuelo de las palomas y el jardín en flor.
Cercano, el pueblo se expande,
bullicio de gente, vida trabajo y fiesta.

Cuando los años se acumulan,
me envuelve una gran soledad.
Conformada estoy en tu presencia,
tan amable y fiel.
Me pones semblante nuevo,
el que tendré en el gozo de nuestra eternidad.
Todo comienza en esta hora.

Cuando los deseos y proyectos se evaporan,
me quedas Tú, como realidad que me lleva.
Tú, llenura de mi existencia.
Confirmada y conformada vivo en ti.

Todo ha pasado tan velozmente.
Y espero serena lo que está por venir.
Nuestro definitivo encuentro,
el abrazo eterno.
No voy sola a tu encuentro.
En ti y en mí, llevo lo que amamos.
Abrazaré la plenitud de lo que has redimido.

Voy a ti llena de ti,
llevada por ti.
Llena estoy de lo que te llena a ti.
Nada se ha perdido de lo que Dios ha creado.

He aprendido a escuchar los corazones heridos.
Escucha compasiva, mano blanda,
toque delicado y sonrisa aliviadora.
“No se turbe vuestro corazón”.
He descansado la agitación y pasión en el amor.
En Dios amor.

Me queda el cielo, el viento, el mar.
El pueblo, la comunidad, la fraternidad.
Lo que he labrado, sembrado, cosechado,
el jardín, los gorriones y las palomas.
Todavía es demasiado hasta la desnudez total.
Llena de confianza, estoy a la espera de tu llamada
y el descanso final.

24 02 03 Puzol, Anna, El mundo está enfermo

El mundo está enfermo,
las religiones también.
“No habrá paz entre las naciones
sin paz entre las religiones”.
Los humanos no sabemos a qué atenernos.

La negra noche se extiende.
Desaparece una manera de ser y hacer.
El desconcierto acampa por doquier.
La claridad tardará en proyectar su amanecer.
No tengo más luz que la fe oscura y segura.
Ella ha guiado mi camino hasta aquí.

No tengo una radical certeza.
Me apoyo en la tenue fe, la débil esperanza,
y la temblorosa confianza.
Murmuro un “Dios mío, ven en mi auxilio”.
Oro calladamente ante Dios.
Y Dios calla más que yo.

El silencio cubre mi ser.
Construimos y derribamos.
No dejamos nada en pie.
Matamos la vida y la esperanza.
Despiadados, matamos.

Queremos la paz.
Y la hacemos depender de los poderosos,
de quienes no la poseen.
La paz está dentro de nosotros.
Comenzará cuando optemos por el amor.
La paz solo puede ser fruto del amor.
Sin amor no hay paz.

Sin amor se contamina el aire de la existencia.
Los jardines se secan y ya no florece la naturaleza.
En el mar naufragan las barcas.
En la tierra se queman las mieses de los campos.
El cielo se ha cerrado, ya no sabe llorar.

Locura de la mente y ciegos de espíritu.
Moriremos por nuestra miseria.
Miseria humana es no hacer nada.
¿Quién embellecerá la existencia con música,
canto, danza y fiesta?
¿Quién recitará versos con palabras proféticas?

Rezamos por los muertos de la guerra.
Metralla, fuego, sangre y muerte negra.
El sufrimiento en el corazón de la humanidad.
“¿Por quién doblan las campanas?”
Se abren sepulcros masivos
entre las ruinas de la ciudad.
La tristeza cubre nuestros ojos.
¿Cuándo recobraremos la dignidad?

23 12 22, Puzol, Anna, Navidad

Llega Dios encarnado en Jesús. Lo divino se humaniza, lo humano se diviniza. Jesús nace pobre de todo. Crecerá pobre y humilde, sin posesiones ni ostentaciones. Su venida lo trastoca todo. Servir y cubrir la necesidad de los pobres será su honor; curar la enfermedad, su compasión; perdonar los pecados, su atrevimiento; por el amor será llevado a la cruz. Con todo ello, nos muestra la manera de ser y hacer de Dios, que ha de ser la nuestra; humanos a la manera de la humanidad de Jesús. Somos todo posibilidad, porque somos carne y sangre de la encarnación de Dios. Jesús nos hace Eucaristía, carne y sangre de Dios.

Llega Dios humanado, y con Él, llega la salud y la fiesta. Llega la alegría de la amistad íntima con Dios, nos hace amantes con Él y de unos con otros, amigos-amadores-hermanos. Llega Dios en la fragilidad del barro, y lo hace así para que nos sepamos acogidos en Él, nuestra fragilidad asumida en su fortaleza. Jesús, el compasivo, tritura nuestro mal en la cruz y nos redime, nos diviniza con Dios. Llega Dios, y en este suelo comienza su cielo, y quiere que lo saboreemos, que lo disfrutemos ya. Ha llegado Jesús y comienza la fiesta de la fraternidad universal.

Nuestra humanidad cristiana es compromiso con la paz, con la convivencia en el amor, con la dicha de las buenas relaciones entre todos los pueblos, naciones y religiones. Que cada creyente se convierta en un radical amante de la paz. Deponer las armas y tomar azadones para sembrar árboles y flores. Crear jardines, construir hogares. Abrazarnos con amor, acogernos para sernos protección. Llega Dios, abramos caminos hacia las praderas de la fiesta del corazón que reúne y acoge judíos, musulmanes, cristianos, budistas, hindúes, todas las religiones. Todos disfrutando la dicha de ser hijos e hijas de Dios. Todos juntos, crear el hogar de la fraternidad universal, la gran fiesta de la humanidad entera, sin mirar razas ni credos. Mirar a Dios-Padre-Madre- Hombre, hecho fragilidad en una cuna.

Santa y Feliz Navidad en el amor y la paz que Jesús-Dios nos regala.

23 12 10, Puzol, Anna, Cuando el mal muestra su cara

En la vida, tarde o temprano, el mal se nos pone de frente y se nos descubre mostrándonos su cara más horrible. La cara del mal tiene muchas formas, todas ellas desfiguradoras de nuestra humanidad. El mal sobreviene inesperado, sea por enfermedad física o psíquica, accidente y muerte, catástrofes naturales, guerras, relaciones que se rompen destrozando nuestros afectos y causando depresiones, violencias, odios, traiciones e injusticias. El mal es un rostro deforme, enmarañado y monstruoso que nos traumatiza, nos envuelve en la tragedia y nos sumerge en el dramatismo existencial.

Jesús, el crucificado, su cruz será la máxima expresión del mal que quiere matar a Dios mismo, hasta eliminarlo de la historia de la humanidad, arrancándolo del corazón de sus hijos e hijas queridos. Solo el amor de Jesús-Dios, que asume la cruz, será la gran esperanza salvadora para toda la humanidad y creación entera. El mal lo crucifica, pero el amor lo resucita. En la cruz y con Jesús, todos quedamos crucificados, y en su resurrección, todos quedamos resucitados. En su Ascensión, todos somos llevados al cielo. Ante la tragedia del mal, asirnos a Dios como única posibilidad salvadora. Solo Jesús es quien ha bajado a los infiernos del mal y muerte, para sacarnos de ellos. El Resucitado, todo lo ha devuelto a la vida feliz. Creación y criaturas estamos destinados a la felicidad plena. “Aunque es de noche”.

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Me viene a la mente el libro de Job, como figura significativa en la lucha contra el mal. Job, el hombre bueno y justo ante Dios, súbitamente, cual tempestad repentina, el mal se abalanza sobre él y se presenta como espanto, por la desgracia humana familiar. Job pierde todos sus bienes y su gran bien, la muerte de sus hijos e hijas, sus sirvientes, ganados y hacienda. El panorama es desolador. Y Job sucumbirá al abatimiento ante la gran tortura de su desdicha, envuelto en drama y desconsuelo. Dice en su desconcierto y dolor: “Me ha sobrevenido un temor espantoso; lo que más temía, eso me acontece. No encuentro paz ni reposo; vivo intranquilo y en constante turbación”.

Ante la realidad del mal, sea de la naturaleza que sea lo que lo causa, quedamos derrumbados, aturdidos, descolocados. La impotencia personal que experimentamos es de tal calibre que, solo abocando confiadamente nuestro ser y suceso en las manos de Dios, poco a poco, iremos reencontrando la imagen transfigurada por la redención que Cristo Jesús ha obrado en nosotros. Ahora, en la noche y como Job, solo nos queda orar la esperanza y la confianza en abandono y espera confiada, como Jesús en su agonía en Getsemaní, abandonado en las manos del Padre, asumiendo el horror de la noche oscura y la repugnancia del amargo cáliz que apuró hasta el final.

El proceso recuperador y sanador puede ser largo y siempre es doloroso. El sufriente Job dice: “Yo esperaba la dicha y llegó la desgracia, aguardaba la luz y llegó la oscuridad. Me hierven las entrañas sin descanso, me han alcanzado días de aflicción”. Cuando nos encontramos ante el espanto de lo inesperado, todo queda trastocado, vivir se convierte en un puro horror. De pronto, y con absoluta impotencia, sufrimos un quebranto de la personalidad que marca un antes y un después en nuestra vida. Nace la dura prueba que nos arroja al abismo sin fondo y nos sentimos envueltos de pánico dentro de nosotros. Nuestro rostro toma forma de espanto y la oscuridad nos envuelve. “Tú me hundes en el lodo/ Asco tiene mi alma de mi vida: derramaré mis quejas sobre mí, hablaré en la amargura de mi alma. / Mi aliento se agota, mis días se apagan/ él ha cubierto de oscuridad mi rostro”. 

Asoma la visión de una realidad que siempre había estado en nosotros, pero la ignorábamos, la percibíamos de lejos, pero no la captábamos en su verdad más oscura, profunda y dramática. El mal merodea en torno a nosotros desde que nacemos hasta que morimos: “Trigo y cizaña crecen juntos”; conflicto y paz; pasión y templanza; dolor y gozo; alegría y pena; salud y enfermedad; odio y amor; pelea y perdón. Todo está dentro de nosotros. Hay que lidiar con el mal hasta devenir en la paz, curados, liberados, alegrados, reconciliados y salvados al fin. Pero todo lleva un largo proceso que no podemos eludir, y nos toca transitar en la hostilidad de lo que nos traumatiza, debatiéndonos entre la desolación y la esperanza que pugnan dentro de nosotros. Tendremos que ejercer la paciencia que todo lo alcanza. Dice Job: “Probado en el crisol, saldré oro puro”. No estamos solos en nuestra lucha contra el mal. Jesús, en sus pruebas ante el mal, lo ha vencido por nosotros para siempre. De ahí nuestra segura esperanza de que ya lo tenemos subyugado bajo nuestros pies, para gozar la vida liberada. Cuando en nosotros deviene la dura prueba, Jesús está a nuestro lado para salir vencedores. Esta es nuestra gran seguridad. “Aunque es de noche”, porque todo sucede en noche oscura.

Sí, el mal, sea cual sea su forma y figura, busca destrozarnos deshumanizándonos. Nos envuelve la sensación de que, la frágil arcilla que somos, se ha quebrado del todo. Y dentro de nosotros comienza una situación de absoluto caos e impotencia que nos hace gemir retorciéndonos de dolor, hasta el aullido como de bestia herida, o entramos también en la mudez más absoluta y hostil, permaneciendo aturdidos. La experiencia que nos acorrala es la convicción de haberlo perdido todo y de habernos perdido del todo, nuestra personalidad como un deshecho. En nuestro sentimiento interior casi preferimos morir, porque el vértigo de la prueba supera nuestras fuerzas. Nos descubrimos pobres, frágiles, heridos y menesterosos, absolutamente impotentes, abandonados a la intemperie, solos y sin agarraderos. Dice el sufriente Job: “¿Por qué no morí cuando salí del seno, o no expiré al salir del vientre?/ ¿Para qué dar a luz a un desdichado, la vida a los que tienen amargada el alma, a los que ansían la muerte que no llega…?

Y nos llega también el momento de silenciarnos, aturdidos y conmocionados por lo que nos sucede. Nuestra mente queda oscurecida y la razón no alcanza a comprender. Habla Job: “Mas si hablo, no cede mi dolor, y si callo, ¿acaso me perdona? Ahora me tienes ya extenuado”. Nuestro corazón sangra y nuestros ojos lloran derramando lágrimas amargas, torrenciales e incontenibles: “Mi rostro ha enrojecido por el llanto, la sombra mis párpados recubre”.  El sinsentido abre su abismo de pavor y miedo, todo se ha hecho noche cerrada y tormentosa. Avasallados por la dura prueba y perdido el equilibrio, la psique enferma quedando trastocada, herida, temblorosa, el sueño ahuyentado, el descanso no existe y el agotamiento nos aplasta.

Enfermamos de dolor, nos ronda la muerte y el mal se ríe de nosotros. Cuando el mal avanza, más se ríe viendo nuestra impotencia ante él: “Ahora se ríen de mí los que son más jóvenes que yo”. Es como si el caos primordial lo volviera a cubrir todo de estallido, desorden, violencia y desolación. Las palabras del justo Job acuden a nuestra mente: “¿No estoy a merced de las burlas, y en amarguras pasan mis ojos las noches?”. Es la atroz experiencia de la depresión que nos impide volver a la normalidad. Nos hemos quedado sin agarraderos ni arrimos. Soledad, sufrimiento, abandono. Es lo que Juan de la Cruz llamará la noche oscura del sentido y del espíritu, que purifica el ser para unificarlo en amor de cielo. Esta noche oscura “limpia el alma y la purifica”, aunque nos sea imposible percibirlo. La realidad que experimentamos es una envoltura de infierno que nos tiene atrapados sin saber cómo liberarnos.

A todo este acontecer desolador y traumático lo llamamos “crisis existencial”. Juan de la Cruz dirá: “le ata las potencias interiores no dejándole arrimo en el entendimiento, ni jugo en la voluntad, ni discurso en la memoria”. Para dar algún consuelo dice: “súfrase y estése sosegado”. Pero, quien así sufre, no halla ni sosiego ni consuelo, y añade el santo: “harto harán en tener paciencia en perseverar en la oración sin hacer nada ellos”, porque en los estados de noche oscura, quien obra es Dios secretamente. Dios está en la noche veladamente, Él es la luz que todo lo irá iluminando. Y una esperanza: “pone Dios en la noche oscura a los que quiere purificar de todas estas imperfecciones para llevarlos adelante”. Esto es gracia, porque nos lleva a “caminar a Dios en pura fe, que es el medio por donde el alma se une con Dios”. Nada ocurre para nuestra muerte, sino para nuestra vida feliz en Dios. “Aunque es de noche”.

Hemos dejado de saber quiénes somos y hemos perdido el sentido de la vida; nuestra existencia ya no tiene valor. Pero Dios también aparece, lo hace poco a poco, sin ruido, oculta y lentamente, sin apenas dejarse ver. Dios Es y está por encima del mal que nos atormenta y lo sufre con nosotros; sabe que este padecer: “se ha de purgar por la sequedad y aprieto de la noche oscura”. El alma humana percibirá un silbido suave, un susurro amable, como un aliento que le hará gustar el aire amoroso de la vida; se llama esperanza y confianza. Ha comenzado el momento sanador y salvador. Y de la acción transformadora nacerá un dinamismo que nos pone en camino al encuentro con Dios, con la salud de la gracia redentora que Jesús nos ofrece y ha realizado por nosotros. Job también mantiene esta esperanza y dice: “Yo sé que mi Defensor está vivo, y que él, el último se levantará sobre el polvo. Tras mi despertar me alzará junto a él y con mi propia carne veré a Dios. Yo, sí, yo mismo le veré, mis ojos le mirarán, no ningún otro”. Pero la prueba sufriente todavía se alarga un poco más.

Una llamada de atención. En esta situación de sufrimiento, dolor y prueba, todo va a depender de la actitud de esperanza y confianza en el Dios del amor y la vida. Cuando acabamos de descubrir que nada está bajo nuestro control, estamos en el mejor momento para abrimos al misterio del amor salvador. Ahora podemos comenzar a ponernos en camino. Dios quiere llevarnos a la verdad plena y ha permitido que pasáramos por la experiencia del mal, del sufrimiento, de la muerte. Pero el Dios de la vida no nos deja en la muerte ni en las garras del mal. Dios se responsabiliza de nuestra felicidad y quiere darnos un corazón nuevo para renovar en nosotros el espíritu de vida, felicidad y paz. La justicia de Dios es salvación eterna. No estamos hechos para vivir atrapados en las penumbras del sufrimiento y la muerte. La felicidad acaba abriendo su puerta. Siempre hay esperanza para recuperar la vida feliz. “Aunque es de noche”.

Ante nuestra pobre impotencia y el dolor que nos atormenta, nos preguntamos, ¿cómo volver a la felicidad?, ¿cómo volver a experimentar la alegría de la libertad?, ¿cómo gustar de nuevo la paz? En nuestro debate interior nos hallábamos solos e impotentes, Dios ha enmudecido y nosotros también. El aturdimiento nos deja silenciados. Ahora, tras el largo recorrido de sufrimiento, la esperanza y la confianza nos devuelven la palabra en un clamor suplicante: “Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, date prisa en socorrerme”. Dios se ha conmovido por nuestro sufrimiento y quiere que volvamos a edificar nuestro ser hacia un futuro de vida plena en Él, recuperando nuestra identidad de hijos e hijas de Dios. Vamos a necesitar la fe, además de la esperanza y la confianza. Dios es fiel y ha oído nuestro grito de auxilio. No hay que temer, la esperanza y la confianza harán florecer la alegría del corazón.

Es el nuevo comienzo. Ahora todo va a llevarnos a ser más contemplativos, dejando a Dios ser el protagonista de nuestra nueva realidad. El sufrimiento nos hará compañía para siempre, pero la esperanza y la confianza lo ennoblecerá, suavizará su dureza, abriendo en nosotros entrañas de misericordia. Ahora todo surgirá de la confianza en Dios como María: “Hágase en mí según tu palabra”. ¿Habrá nacido el tiempo de la prudencia, de la actitud amorosa que nos pone en abandono confiado en Dios? Seguramente estaremos más atentos a dejar que Dios sea Dios en nuestra vida. Perder la arrogancia del protagonismo y abrirnos a la alegría de dejarnos hacer. Nacerá una consistencia que proviene del Espíritu de Dios que mora dentro de nosotros y nos va transformando. “Aunque es de noche”.

Y cuando todo se va serenando en lo profundo de nuestro ser, sabremos entonces que ha comenzado la superación de nuestro caos interior, para abrirnos a la realidad de hijos amados y salvados. Ahora, cuando hemos vencido el mal que nos atormentaba, cuando sentimos que hemos sido levantados de los desalientos que nos mantenían encorvados e imposibilitados, ahora, digo, se inicia un sutil disfrute de vida en el jardín de la redención, donde se nos invita a ejercer el arte de ser humanos al agrado de Dios. De alguna manera hemos quedado bien orientados, nuestros ojos fijos en Jesús-Dios, nuestra voluntad en comunión con la suya, nuestro proceder activado para labrar el jardín de la salvación, que hará florecer las finas y olorosas flores de la santidad que todo lo hace bueno, bello y alegre. “Aunque es de noche”. 

La experiencia del sufrimiento que nos ha causado el mal, ha devenido gracia. Jesús y el Evangelio es todo nuestro bien, nuestra gracia para atravesar las situaciones de mal que surgen en determinados momentos de la vida. Cuando entra la paz, Dios nos invita a acoger la felicidad que ahora deviene nueva, porque ha surgido del abrazo de la aceptación del sufrimiento que nos ha transformado en amor. “Mira, yo hago nuevas todas las cosas”. Lo decididamente salvador es Jesús y el Evangelio. “Aunque es de noche”, y lo veamos solo entre claroscuro. Ahora es el tiempo de gozar el reencuentro con nuestra propia personalidad sanada y robustecida, y cantar con el salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar”.                 (Anna Seguí Martí, ocd – agosto 2023)

23 12 02 Puzol, Anna, Mujeres sacerdotes ¿cuándo?

MI APORTACIÓN EN LA PRESENTACIÓN DE ESTE GRAN LIBRO.

Estoy encantada de participar en esta convocatoria para la presentación del libro. Quiero dar las gracias a Mjosé y Adelaide, por el buen y bien hacer del trabajo realizado conjuntamente: Mujeres sacerdotes ¿Cuándo? Pues ¡Ya! Para este hoy en necesidad.

Todo el libro constituye un clamor profético. Los profetas aparecen cuando las necesidades producidas por las crisis los reclaman. En cada página se respira este hálito del decir profético. Se eleva también un reclamo a la justicia del Reino de Dios para las mujeres. Mi aportación surge desde mi propia identidad sacerdotal y Eucarística. El Cristo que me vive me transforma en lo que Él es en sí mismo. Me hace Sacerdote y Eucarística.

Un pueblo sacerdotal no puede tener crisis de sacerdotes para el servicio de las comunidades. Lo que está en crisis es el modelo concreto del sacerdocio oficial, totalmente estancado. Y no hay ninguna disponibilidad por parte de la jerarquía eclesiástica, de acoger la llamada vocacional de las mujeres al sacerdocio para servir a la Iglesia.

Mi sacerdocio se ha ido afirmando desde la oración y la identidad con Jesús. Su Encarnación me hace carne y sangre suya. Soy Eucaristía. Lo determinante de ser Eucaristía es partirnos y repartirnos para ser comidos, como Jesús se dio a ser comido. El sacerdocio del pueblo de Dios necesita ser repensado por toda la Iglesia. No solo por la jerarquía. Todos y todas tenemos que discernir sobre lo que nos afecta directa y vitalmente, porque se trata de nuestra identidad sacerdotal y eucarística, de nuestra manera de ser y hacer Iglesia. Y crear la novedad.

La jerarquía debería escuchar a las mujeres y liberarnos de la exclusión que sufrimos. Después de dos mil años en que se nos dijo: “Las mujeres callen en la Iglesia”. Hoy, ya no vamos a callar. Dios mismo ve nuestra herida y oye nuestro gemido, y como liberó a Israel de la esclavitud, también ahora, nos quiere liberar de la mudez y exclusión a la que la Iglesia oficial nos tiene sometidas de modo inaceptable.

Me siento llamada a llevar adelante y hasta el fin las exigencias de mis propias convicciones. La Eucaristía no puede depender solo de un “cura oficial”. Desde una desobediencia responsable, reunirnos en pequeños grupos y comenzar a ser celebradoras, ejercer ya nuestra identidad sacerdotal, con la seguridad de nuestro ser Eucaristía y comunión para los demás. En el cristianismo todo va de banquete que sacia las hambres de la humanidad y la alegra.

Las mujeres somos faro que alumbra novedad en la Iglesia, por el testimonio de una vida para el Evangelio. Amar y servir con toda la implicación de lo que somos en verdad: Eucaristía, sacerdotes y profetas. Con este decir, avalo lo que he escrito en el libro, e invito a todos a leerlo. Muchas gracias.

23 10 16 PUZOL, Paqui, En el camino del amor

Con estas breves letras quiero compartir con vosotras algo de lo vivido en la convivencia de la Federación que, como sabéis, se ha centrado en nuestra hermana Teresita, esa “pequeña gran” maestra de la escuela del amor, de la que tanto estoy aprendiendo.

No tengo palabras para expresar mi gratitud a ella, a las hermanas que han organizado este encuentro, a las que han quedado en casa, supliendo la ausencia de las que hemos participado, a nuestros hermanos del Desierto y a Amando que nos ha acompañado durante estos días, como un hermano más de nuestra familia.

La convivencia ha sido para mí una auténtica escuela donde me he ido aproximando con mayor profundidad a Teresita, a la que conocía “de lejos”, había leído poco de ella, y de la mano de nuestro hermano Amando, he ido ahondando en esa inmensa riqueza interior que posee Teresita.

Las dinámicas propuestas cada día me resultaron muy interesantes por lo que suponían de interpelación personal y de diálogo entre nosotras. Escuchar a las hermanas siempre es una fuente de riqueza y estos días lo he podido experimentar de una manera más palpable.

Una de las cosas que más me llegó fue la capacidad de Teresita para dejarse tocar y transformar por la gracia, por el Espíritu Santo, al que le abrió la puerta de par en par. Precisamente uno de los días, dedicado a la oración del Espíritu, me quedó “imprimido” como diría la Santa, el momento de la imposición de manos. Me impresionó la fuerza que tiene la invocación al Espíritu, del que dijo Jesús: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos” (Hch 1, 8). Y Teresita ha sido para mí una testigo del amor de Jesús, manifestado en la sencillez de una vida “normal y corriente”, que se plasma en los pequeños detalles del día a día.

Teresita me ha enseñado que la debilidad es el camino de encuentro con Jesús porque la fuerza viene de Él, y solo en la medida en que me abra con plena disponibilidad a su amor, recibido gratuitamente, seré capaz de ser cauce del mismo. La clave está en creer de verdad que soy amada por Jesús y abandonarme en sus manos misericordiosas. Asimismo, me ha enseñado a confiar sin miedos, o incluso a veces con ellos, pero con la certeza de saberme sostenida por Él. Es un reto y una tarea que se ha renovado en mi vida.

Finalmente, quiero dar gracias por la celebración de mi santo y cumpleaños en estos días de convivencia en los que he podido experimentar la fraternidad de nuestra familia del Carmelo.       

  Paqui (Puzol)

23 09 30, PUZOL, Anna, La reinecita de Los Buissonets

LA REINECITA DE LOS BUISSONNETS
(por Anna Seguí Martí ocd)

Teresita de Lisieux.
La pequeña de la familia Martin.
Prematura huérfana de madre,
te refugiaste al amoroso amparo de tu padre.
Lo adorabas,
le llamabas tu rey.
El más gentil de los hombres,
te compró un palacio
y te nombró “reinecita” de los Buissonnets.

Sensible como la primavera
y llorona cual lluvia torrencial.
Clara como el agua
y transparente como el aire.
Débil y enfermiza,
rozabas la melancolía.
La gracia de Navidad
te curaba y fortalecía.
Amabas a tus hermanas,
ellas te mimaban y cuidaban.

Familia cristiana y devota,
cultivaba los rezos, devociones y misas.
Pronto miraste al cielo,
jugabas y soñabas ser santa.
Te repugnaba el pecado, lo aborrecías,
Pero amabas a los pecadores,
tu sacrificio y oraciones les ofrecías.

Ibas de pesca con tu padre,
con los peces y la caña lo dejabas.
Preferías pasear por el campo,
embriagarte de sol y aire.
Tu alma tierna y delicada
se recreaba contemplando el prado.
Admirabas la belleza de las flores,
oler sus perfumes y gozar los colores.
Te deleitabas escuchando el canto de los pájaros,
observar la ligereza de sus vuelos.
Sin casi percibirlo, abrías en tu corazón
una serena y profunda contemplación.

Imaginabas el cielo
jugando con tus hermanitos.
Y cielo ibas forjando en este suelo.
Como un pequeño gorrión,
las alas te iban creciendo.
Pero Dios no quería que subieras al cielo
con simples alas de gorrión.
Él te dio alas de águila,
te llevó sobre sus plumas
y te lanzó a vuelos de eternidad.

A Dios abrías tus manos, las elevabas
y se las presentabas vacías;
confiabas que su misericordia las llenaría.
A nosotros nos regalabas las rosas,
Aayy, en tus manos, clavadas las espinas.
Aquel dolor del alma que a Dios ofrecías.

¿Crees que no lo adivinamos?
Nunca tus manos fueron ofrenda vacía.
Con una lluvia de rosas nos bendecías.
En tus manos, clavadas las espinas.

No pudiste ver cumplido
tu deseo de ser sacerdote.
Tu vocación fue el amor,
tu opción amar y servir
en la Iglesia y el Carmelo.

Como Juan de la Cruz,
hiciste de la fe oscura una dichosa ventura.
Penosa y dolorosa fue tu larga noche.
Amargo el cáliz de la duda,
por la lejanía y silencio de Dios.
Querías estar segura que la Virgen te amaba.
Y la sombra de la duda se prolongaba.

Enferma de cuerpo y alma,
la tristeza te invadía,
el sufrimiento y la paz se mezclaban,
mientras la paciencia ejercías.
Recia y magnánima,
no querías sufrir menos.

Tus últimas palabras fueron lo que en el corazón ardía.
¡Oh, le amo!
¡Dios mío… os amo!”
En los labios dibujada una sonrisa.
Y te dormías…
En Dios para siempre despertabas.
Aquí la lluvia de rosas nos dejabas.
En tus manos, clavadas las espinas.

23 09 22 PUZOL, Anna, Nos cansamos de todo

Los seres humanos nos cansamos de todo y masticamos insatisfacción. El que está solo, quiere compañía; el que tiene compañía, quiere estar solo. A veces incluso, nos cansamos de Dios-Jesús y lo dejamos en la cuneta o lo sacamos de nuestro pensamiento. Jugamos con Dios, en ocasiones lo hacemos nuestro centro, otras veces lo ignoramos por completo. Menos mal que Dios, por tener buen humor, se deja manipular y manosear a nuestro antojo, y no se inmuta. Dios se queda donde le colocamos y no se inquieta. Sonríe ante nuestra mezquindad e ignorancia. Dios permanece siempre como Dios. La inquietud es nuestra, la llevamos y sufrimos nosotros, no Dios. Sufrimos más de lo que Dios quiere, tal vez por ignorarle a Él, que es el dador de la paz y el gozo y nos quiere felices con Él y todos juntos.

Sucede que, un día, sin saber cómo ni por qué, algo nos despierta y nos levanta, más que de nuestro sueño, de nuestras muertes. Y volvemos a caer en la cuenta de que nos habíamos alejado de Dios, y queremos volver a encontrarnos con Él. Y Dios no se había ido, lo hallamos donde lo habíamos dejado, porque Dios siempre se hace encontradizo con su criatura amada. Y Dios, tan feliz y de buen humor, nos vuelve a tomar en sus brazos y abrazos y nos sigue amando, que Dios solo sabe de amor y andar en amores.

Dios no es un invento de nuestra mente. Ninguna inteligencia humana sabría inventar al Dios Uno y Único. Todo lo más que sabemos hacer los humanos es crear ídolos y endiosarlos. Pero Dios es el in-creable. Él es el que Es. La felicidad la da Él, no nuestros pensamientos y razonamientos. La felicidad y la plenitud es cuestión de enamoramiento del corazón, no del pensar y razonar de la mente. Siempre será una disposición interior amorosa.

Tener necesidad de Dios no es una necedad, es una gracia, y una gracia que nos humaniza a gusto de Dios. Y me quedo con Dios, con el único deseo de decir otra vez: Sí, creo y te amo, quiero seguir caminando a tu lado. Y Dios sigue sonriendo y dice que me ama. Y ahora me lo creo un poco más que cuando empecé mi andadura con Él. Y sé que puedo cometer la estupidez de volverlo a dejar. Que no soy mejor que Pedro, ni mejor o peor que todos sus discípulos que le abandonaron.

Como ellos y ellas, necesito que Jesús se me muestre resucitado para ser testigo de su presencia en medio de nosotros y dentro de nosotros. Así, pequeña, menesterosa, alocada, apasionada, auténtica también, necesito que Dios-Jesús permanezca, aunque yo me vaya, huidiza como una cabra. Él siempre volverá a hacerse encontradizo, esta es mi esperanza y absoluta confianza. No cansarnos de Dios-Jesús. Alejarnos de Él es perder la posibilidad de encontrar el tesoro escondido. Que Dios-Jesús es regalador de todo lo que necesitamos. Sigamos sus pasos.