En la vida, tarde o temprano, el mal se nos pone de frente y se nos descubre mostrándonos su cara más horrible. La cara del mal tiene muchas formas, todas ellas desfiguradoras de nuestra humanidad. El mal sobreviene inesperado, sea por enfermedad física o psíquica, accidente y muerte, catástrofes naturales, guerras, relaciones que se rompen destrozando nuestros afectos y causando depresiones, violencias, odios, traiciones e injusticias. El mal es un rostro deforme, enmarañado y monstruoso que nos traumatiza, nos envuelve en la tragedia y nos sumerge en el dramatismo existencial.
Jesús, el crucificado, su cruz será la máxima expresión del mal que quiere matar a Dios mismo, hasta eliminarlo de la historia de la humanidad, arrancándolo del corazón de sus hijos e hijas queridos. Solo el amor de Jesús-Dios, que asume la cruz, será la gran esperanza salvadora para toda la humanidad y creación entera. El mal lo crucifica, pero el amor lo resucita. En la cruz y con Jesús, todos quedamos crucificados, y en su resurrección, todos quedamos resucitados. En su Ascensión, todos somos llevados al cielo. Ante la tragedia del mal, asirnos a Dios como única posibilidad salvadora. Solo Jesús es quien ha bajado a los infiernos del mal y muerte, para sacarnos de ellos. El Resucitado, todo lo ha devuelto a la vida feliz. Creación y criaturas estamos destinados a la felicidad plena. “Aunque es de noche”.
Anuncio publicitario
Ajustes de privacidad
Me viene a la mente el libro de Job, como figura significativa en la lucha contra el mal. Job, el hombre bueno y justo ante Dios, súbitamente, cual tempestad repentina, el mal se abalanza sobre él y se presenta como espanto, por la desgracia humana familiar. Job pierde todos sus bienes y su gran bien, la muerte de sus hijos e hijas, sus sirvientes, ganados y hacienda. El panorama es desolador. Y Job sucumbirá al abatimiento ante la gran tortura de su desdicha, envuelto en drama y desconsuelo. Dice en su desconcierto y dolor: “Me ha sobrevenido un temor espantoso; lo que más temía, eso me acontece. No encuentro paz ni reposo; vivo intranquilo y en constante turbación”.
Ante la realidad del mal, sea de la naturaleza que sea lo que lo causa, quedamos derrumbados, aturdidos, descolocados. La impotencia personal que experimentamos es de tal calibre que, solo abocando confiadamente nuestro ser y suceso en las manos de Dios, poco a poco, iremos reencontrando la imagen transfigurada por la redención que Cristo Jesús ha obrado en nosotros. Ahora, en la noche y como Job, solo nos queda orar la esperanza y la confianza en abandono y espera confiada, como Jesús en su agonía en Getsemaní, abandonado en las manos del Padre, asumiendo el horror de la noche oscura y la repugnancia del amargo cáliz que apuró hasta el final.
El proceso recuperador y sanador puede ser largo y siempre es doloroso. El sufriente Job dice: “Yo esperaba la dicha y llegó la desgracia, aguardaba la luz y llegó la oscuridad. Me hierven las entrañas sin descanso, me han alcanzado días de aflicción”. Cuando nos encontramos ante el espanto de lo inesperado, todo queda trastocado, vivir se convierte en un puro horror. De pronto, y con absoluta impotencia, sufrimos un quebranto de la personalidad que marca un antes y un después en nuestra vida. Nace la dura prueba que nos arroja al abismo sin fondo y nos sentimos envueltos de pánico dentro de nosotros. Nuestro rostro toma forma de espanto y la oscuridad nos envuelve. “Tú me hundes en el lodo/ Asco tiene mi alma de mi vida: derramaré mis quejas sobre mí, hablaré en la amargura de mi alma. / Mi aliento se agota, mis días se apagan/ él ha cubierto de oscuridad mi rostro”.
Asoma la visión de una realidad que siempre había estado en nosotros, pero la ignorábamos, la percibíamos de lejos, pero no la captábamos en su verdad más oscura, profunda y dramática. El mal merodea en torno a nosotros desde que nacemos hasta que morimos: “Trigo y cizaña crecen juntos”; conflicto y paz; pasión y templanza; dolor y gozo; alegría y pena; salud y enfermedad; odio y amor; pelea y perdón. Todo está dentro de nosotros. Hay que lidiar con el mal hasta devenir en la paz, curados, liberados, alegrados, reconciliados y salvados al fin. Pero todo lleva un largo proceso que no podemos eludir, y nos toca transitar en la hostilidad de lo que nos traumatiza, debatiéndonos entre la desolación y la esperanza que pugnan dentro de nosotros. Tendremos que ejercer la paciencia que todo lo alcanza. Dice Job: “Probado en el crisol, saldré oro puro”. No estamos solos en nuestra lucha contra el mal. Jesús, en sus pruebas ante el mal, lo ha vencido por nosotros para siempre. De ahí nuestra segura esperanza de que ya lo tenemos subyugado bajo nuestros pies, para gozar la vida liberada. Cuando en nosotros deviene la dura prueba, Jesús está a nuestro lado para salir vencedores. Esta es nuestra gran seguridad. “Aunque es de noche”, porque todo sucede en noche oscura.
Sí, el mal, sea cual sea su forma y figura, busca destrozarnos deshumanizándonos. Nos envuelve la sensación de que, la frágil arcilla que somos, se ha quebrado del todo. Y dentro de nosotros comienza una situación de absoluto caos e impotencia que nos hace gemir retorciéndonos de dolor, hasta el aullido como de bestia herida, o entramos también en la mudez más absoluta y hostil, permaneciendo aturdidos. La experiencia que nos acorrala es la convicción de haberlo perdido todo y de habernos perdido del todo, nuestra personalidad como un deshecho. En nuestro sentimiento interior casi preferimos morir, porque el vértigo de la prueba supera nuestras fuerzas. Nos descubrimos pobres, frágiles, heridos y menesterosos, absolutamente impotentes, abandonados a la intemperie, solos y sin agarraderos. Dice el sufriente Job: “¿Por qué no morí cuando salí del seno, o no expiré al salir del vientre?/ ¿Para qué dar a luz a un desdichado, la vida a los que tienen amargada el alma, a los que ansían la muerte que no llega…?
Y nos llega también el momento de silenciarnos, aturdidos y conmocionados por lo que nos sucede. Nuestra mente queda oscurecida y la razón no alcanza a comprender. Habla Job: “Mas si hablo, no cede mi dolor, y si callo, ¿acaso me perdona? Ahora me tienes ya extenuado”. Nuestro corazón sangra y nuestros ojos lloran derramando lágrimas amargas, torrenciales e incontenibles: “Mi rostro ha enrojecido por el llanto, la sombra mis párpados recubre”. El sinsentido abre su abismo de pavor y miedo, todo se ha hecho noche cerrada y tormentosa. Avasallados por la dura prueba y perdido el equilibrio, la psique enferma quedando trastocada, herida, temblorosa, el sueño ahuyentado, el descanso no existe y el agotamiento nos aplasta.
Enfermamos de dolor, nos ronda la muerte y el mal se ríe de nosotros. Cuando el mal avanza, más se ríe viendo nuestra impotencia ante él: “Ahora se ríen de mí los que son más jóvenes que yo”. Es como si el caos primordial lo volviera a cubrir todo de estallido, desorden, violencia y desolación. Las palabras del justo Job acuden a nuestra mente: “¿No estoy a merced de las burlas, y en amarguras pasan mis ojos las noches?”. Es la atroz experiencia de la depresión que nos impide volver a la normalidad. Nos hemos quedado sin agarraderos ni arrimos. Soledad, sufrimiento, abandono. Es lo que Juan de la Cruz llamará la noche oscura del sentido y del espíritu, que purifica el ser para unificarlo en amor de cielo. Esta noche oscura “limpia el alma y la purifica”, aunque nos sea imposible percibirlo. La realidad que experimentamos es una envoltura de infierno que nos tiene atrapados sin saber cómo liberarnos.
A todo este acontecer desolador y traumático lo llamamos “crisis existencial”. Juan de la Cruz dirá: “le ata las potencias interiores no dejándole arrimo en el entendimiento, ni jugo en la voluntad, ni discurso en la memoria”. Para dar algún consuelo dice: “súfrase y estése sosegado”. Pero, quien así sufre, no halla ni sosiego ni consuelo, y añade el santo: “harto harán en tener paciencia en perseverar en la oración sin hacer nada ellos”, porque en los estados de noche oscura, quien obra es Dios secretamente. Dios está en la noche veladamente, Él es la luz que todo lo irá iluminando. Y una esperanza: “pone Dios en la noche oscura a los que quiere purificar de todas estas imperfecciones para llevarlos adelante”. Esto es gracia, porque nos lleva a “caminar a Dios en pura fe, que es el medio por donde el alma se une con Dios”. Nada ocurre para nuestra muerte, sino para nuestra vida feliz en Dios. “Aunque es de noche”.
Hemos dejado de saber quiénes somos y hemos perdido el sentido de la vida; nuestra existencia ya no tiene valor. Pero Dios también aparece, lo hace poco a poco, sin ruido, oculta y lentamente, sin apenas dejarse ver. Dios Es y está por encima del mal que nos atormenta y lo sufre con nosotros; sabe que este padecer: “se ha de purgar por la sequedad y aprieto de la noche oscura”. El alma humana percibirá un silbido suave, un susurro amable, como un aliento que le hará gustar el aire amoroso de la vida; se llama esperanza y confianza. Ha comenzado el momento sanador y salvador. Y de la acción transformadora nacerá un dinamismo que nos pone en camino al encuentro con Dios, con la salud de la gracia redentora que Jesús nos ofrece y ha realizado por nosotros. Job también mantiene esta esperanza y dice: “Yo sé que mi Defensor está vivo, y que él, el último se levantará sobre el polvo. Tras mi despertar me alzará junto a él y con mi propia carne veré a Dios. Yo, sí, yo mismo le veré, mis ojos le mirarán, no ningún otro”. Pero la prueba sufriente todavía se alarga un poco más.
Una llamada de atención. En esta situación de sufrimiento, dolor y prueba, todo va a depender de la actitud de esperanza y confianza en el Dios del amor y la vida. Cuando acabamos de descubrir que nada está bajo nuestro control, estamos en el mejor momento para abrimos al misterio del amor salvador. Ahora podemos comenzar a ponernos en camino. Dios quiere llevarnos a la verdad plena y ha permitido que pasáramos por la experiencia del mal, del sufrimiento, de la muerte. Pero el Dios de la vida no nos deja en la muerte ni en las garras del mal. Dios se responsabiliza de nuestra felicidad y quiere darnos un corazón nuevo para renovar en nosotros el espíritu de vida, felicidad y paz. La justicia de Dios es salvación eterna. No estamos hechos para vivir atrapados en las penumbras del sufrimiento y la muerte. La felicidad acaba abriendo su puerta. Siempre hay esperanza para recuperar la vida feliz. “Aunque es de noche”.
Ante nuestra pobre impotencia y el dolor que nos atormenta, nos preguntamos, ¿cómo volver a la felicidad?, ¿cómo volver a experimentar la alegría de la libertad?, ¿cómo gustar de nuevo la paz? En nuestro debate interior nos hallábamos solos e impotentes, Dios ha enmudecido y nosotros también. El aturdimiento nos deja silenciados. Ahora, tras el largo recorrido de sufrimiento, la esperanza y la confianza nos devuelven la palabra en un clamor suplicante: “Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, date prisa en socorrerme”. Dios se ha conmovido por nuestro sufrimiento y quiere que volvamos a edificar nuestro ser hacia un futuro de vida plena en Él, recuperando nuestra identidad de hijos e hijas de Dios. Vamos a necesitar la fe, además de la esperanza y la confianza. Dios es fiel y ha oído nuestro grito de auxilio. No hay que temer, la esperanza y la confianza harán florecer la alegría del corazón.
Es el nuevo comienzo. Ahora todo va a llevarnos a ser más contemplativos, dejando a Dios ser el protagonista de nuestra nueva realidad. El sufrimiento nos hará compañía para siempre, pero la esperanza y la confianza lo ennoblecerá, suavizará su dureza, abriendo en nosotros entrañas de misericordia. Ahora todo surgirá de la confianza en Dios como María: “Hágase en mí según tu palabra”. ¿Habrá nacido el tiempo de la prudencia, de la actitud amorosa que nos pone en abandono confiado en Dios? Seguramente estaremos más atentos a dejar que Dios sea Dios en nuestra vida. Perder la arrogancia del protagonismo y abrirnos a la alegría de dejarnos hacer. Nacerá una consistencia que proviene del Espíritu de Dios que mora dentro de nosotros y nos va transformando. “Aunque es de noche”.
Y cuando todo se va serenando en lo profundo de nuestro ser, sabremos entonces que ha comenzado la superación de nuestro caos interior, para abrirnos a la realidad de hijos amados y salvados. Ahora, cuando hemos vencido el mal que nos atormentaba, cuando sentimos que hemos sido levantados de los desalientos que nos mantenían encorvados e imposibilitados, ahora, digo, se inicia un sutil disfrute de vida en el jardín de la redención, donde se nos invita a ejercer el arte de ser humanos al agrado de Dios. De alguna manera hemos quedado bien orientados, nuestros ojos fijos en Jesús-Dios, nuestra voluntad en comunión con la suya, nuestro proceder activado para labrar el jardín de la salvación, que hará florecer las finas y olorosas flores de la santidad que todo lo hace bueno, bello y alegre. “Aunque es de noche”.
La experiencia del sufrimiento que nos ha causado el mal, ha devenido gracia. Jesús y el Evangelio es todo nuestro bien, nuestra gracia para atravesar las situaciones de mal que surgen en determinados momentos de la vida. Cuando entra la paz, Dios nos invita a acoger la felicidad que ahora deviene nueva, porque ha surgido del abrazo de la aceptación del sufrimiento que nos ha transformado en amor. “Mira, yo hago nuevas todas las cosas”. Lo decididamente salvador es Jesús y el Evangelio. “Aunque es de noche”, y lo veamos solo entre claroscuro. Ahora es el tiempo de gozar el reencuentro con nuestra propia personalidad sanada y robustecida, y cantar con el salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar”. (Anna Seguí Martí, ocd – agosto 2023)